Maniquí
Volumen 105
«No desnudes mi amor
podrías encontrar un maniquí;
no desnudes el maniquí
podrías encontrar
mi amor».
(Atrapado, un poema de Love is a dog from hell,
Charles Bukowski)
Imagina, no sé, que era cierto. Que tus juguetes cobraban vida cuando dormías. Que los aviones de hoja cuadriculada volaban en un tris hasta París, entre bandadas de pájaros, y los barcos con bandera pirata desembocaban -a saber por qué mares y ríos y meandros mágicos garabateados con el dedo- en el Amazonas.
Pongamos que es real. Que puedes insuflar aliento a una estatua con solo besarla o acariciarla, transferirle tu saliva, tu sangre, tu calor, tu aura, tu piel, lo que sea. Que Pinocho era un tronco y luego un niño, con sus bracitos y sus piernas delgaduchas y nudosas y su nariz rama, pero como cualquier otro niño. Abrazable. Achuchable. Protegible. Querible.
Digamos que no fue sueño. Que los cazareplicantes se enamoran de los replicantes. Que las casas suben y suben hacia el cielo colgadas de un puñado de globos de colores inflados con ternura en vez de helio. Que hubo un maniquí un día en Nueva York. Y en otro tiempo, en otro lugar, nació otro amor tras un escaparate. Y luego vino la fuga, una noche, y la locura (cuesta tanto entender…) Y llegó Serrat y cantó aquello de Era la gloria vestida de tul, con la mirada lejana y azul…